Habitó y habita.
La acogemos con gozo en esta Navidad y dejamos que nos interpele cada vez que reconocemos la presencia del Espíritu en esa letra, en los libros, que testimonian cómo Dios escucha a su pueblo y baja, se abaja, para estar con nosotros.
Y está entre nosotros, en cada colonia y en cada barrio, en cada aldea y en cada ciudad. En esta tierra nuestra ensangrentada, injusta y generadora de dolor, aquí está el Señor. No la maldición, ni el olvido, ni el maligno sino la palabra entregada como pan y como alimento; la palabra derramada que convoca a la alegría y a la fiesta. Palabra que nos invita a la comunión y a la acción de gracias. Que nos reúne en comunidad, que nos hace ser presencia de salvación en medio de las casas. Palabra que nos envía a cada uno – obispos, presbíteros, religiosas, laicos- a proclamar vida, alegría y paz. A decirnos a través de nuestra entrega para que todos tengan vida.
Está entre nosotros y nos invita a mirarnos unos a otros como hermanos; a entendernos en el lenguaje del amor mutuo; a acercarnos unos a otros sin recelos y sin miedos porque en cada uno aparece la bondad de Dios y su amor al hombre, no por las obras de justicia que hayamos hecho nosotros sino por su propia misericordia.
Y hace que nuestra carne se haga palabra
Palabra en la casa, diálogo, que permite conocer y respetar al otro, al hijo, al hermano, al esposo, a los padres, a los vecinos. Es tiempo de hablar, es tiempo de escuchar, es tiempo de escucharse sin ruidos, con calma, con cariño.
Palabra en la carne ansiosa, atraída, llena de deseo de la muchacha o del muchacho. Carne que vive y que se hace palabra, que da sentido al deseo, que humaniza la sexualidad, que cuida no hacer daño, que se alegra de madurar y capacitarse para dar vida, para saber oír la palabra del pequeño, para saber decirle en la sinfonía de dos voces- de varón y mujer- que su vida es bendición.
Palabra que permite encontrarnos, confrontar, explicar las diferencias sin dañar la carne del otro, sin violencia, sin insulto. Es tiempo de hablar, de escribir, de elaborar proyectos, de consensuar tendencias, de analizar realidades. Es tiempo de “parlamentar”, de ejercer la noble tarea de hablar sobre la ciudad, sobre la convivencia. Es tiempo de dejar el ruido de los eslóganes, los insultos, los tópicos. Es tiempo de hablar. No de acallar el clamor por la justicia, ni de silenciar los problemas, la desigualdad, la corrupción, la violencia, ni la urgencia de los cambios. Es el momento de hacer uso de la palabra sin sometimientos. Cada uno, en cada partido, cada uno en el congreso y en el municipio; cada uno en la lectura y en la expresión de su proyecto. Todos y cada uno tenemos la palabra. También esa mayoría de nuestro pueblo que no tiene edad de votar pero sí de desear y de crecer en paz y dignidad. Necesitamos más palabras para que la carne doliente de Honduras viva y en ella resplandezca la gloria de los hijos de Dios.
Palabra que nos hace cuerpo, nos hace Iglesia, nos congrega en la escucha y nos hace caminar con sencillez y confianza. No porque poseamos la verdad sino porque la Palabra se hizo carne para que en nuestra carne frágil y dividida resplandezca su gloria y su paz.
Una Palabra que se verifica “en la verdad de nuestra carne”
Necesitamos más palabras no más palabrería. Necesitamos que las palabras se verifiquen en la “verdad de nuestra carne”:
En la carne respetada y digna de cada mujer de Cortés, de Atlántida, de las Islas. Verificada en el rechazo y abandono de toda especie de sexismo, de violencia, de violaciones, de maltratos, de abusos, de explotaciones en el trabajo, en la calle o en la casa.
En la carne de cada varón que no necesita presumir de macho para expresar su dignidad, que se sabe respetado y que ve reconocido el valor de su esfuerzo, del sudor de su carne , de su inviolable derecho a la vida, a la libertad.
En la carne frágil de cada niña, de cada niño y cada anciano. Carne acariciada, cuidada con cariño, valorada, defendida y respetada.
En la carne de cada enfermo acogido con esmero en el centro de salud, en el hospital en casa. Enfermo que se sabe escuchado y al que le llega el bálsamo de la palabra sincera y comprometida del profesional, de su propia familia y de la comunidad.
Palabra que se verifica en la acogida de la diferencia de colores de nuestra carne, en la multiplicidad de nuestros orígenes, en la variedad de nuestra figura, de nuestro género, de nuestras edades; en la asunción respetuosa, alegre y enriquecedora de la diversidad.
Palabra que cada niño reconoce porque la escucha de los labios amorosos de los suyos y con la que aprende a verificar, interpretar y dar sentido a su vida desde la palabra sabia y precisa de sus maestros. Palabra articulada con otros niños en una escuela de todos y para todos, renovada en ilusión y en recursos. Escuela donde padres, maestros y niños comparten sabiduría, habilidades y valores.
Palabra en la carne, palabra que se verifica en el silencio de una carne que se asombra, admira y contempla el misterio del amor solidario del Dios con nosotros. Con nosotros, Cuerpo de Cristo, que no queremos decir palabras huecas o de rutina. Con nosotros que, movidos por el mismo Espíritu que en María nos dio la salvación, la queremos hacer presente y verificable en nuestra escucha, en la alegría y, sobre todo, en el servicio a todos los que aquí compartimos temores, dolor, miedo y esperanzas.
Nos unimos en oración de unos por otros y por todos.
La Sabana 17 diciembre 2010
+ Ángel Garachana Pérez + Rómulo Emiliani Sánchez
Obispo de San Pedro Sula Obispo auxiliar
Presbiterio de la diócesis de San Pedro Sula
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